Vivimos en el mundo de Google Earth, de un planeta vigilado por satélites.
Para conocer un lugar concreto ya no es necesario desplazarse hasta él; basta
encender el ordenador y conectarse a Internet, escribir las coordenadas y
esperar a que en la pantalla aparezca una imagen tomada desde el aire; la
mayoría de las veces tan nítida como si nos encontrásemos unos pocos metros por
encima.
Da igual lo lejos que esté el lugar que buscamos; lo remoto que se
encuentre. Uno puede explorar hoy en día desde el sillón de su casa, y
convertirse en un observador de primera de las maravillas que encierra nuestro
planeta.
Pero hubo un tiempo en que no era tan fácil. Para llegar al fin del mundo
había que navegar, o caminar, hacia él. Escalar montañas imposibles, adentrarse
en lo más profundo de la selva. Los descubrimientos eran cosa de tipos duros,
capaces de soportar los más extremos climas, las más severas condiciones de
supervivencia.
Este era el caso
de Percy Fawcett, británico y explorador de profesión, que se dejó el pellejo
en la selva del Amazonas; en busca del Dorado.
Percy Fawcett (1867-¿?) fue quizá el último gran aventurero. |
La leyenda de El
Dorado y de ciudades míticas en las que abundaba el oro y la riqueza –una
especie de Jardín del Edén real, que podía encontrarse–, había fascinado ya a
todo tipo de aventureros desde la época del Descubrimiento. Los nativos
americanos hablaban a los recién llegados de las maravillas de este lugar, cuya
localización era todo un misterio. Siglos después de las aventuras de Pizarro,
Orellana y otros, lo intrincado de la selva amazónica, los misterios que
encerraba todavía para el hombre de principios del s. XX, sedujeron también a
Fawcett.
El tipo se obsesionó
tanto, que empeñó todo lo que tenía –incluida su vida– por encontrar la ciudad
mítica del Amazonas, que él llamó enigmáticamente “Z”. Se apoyó en las leyendas
de las tribus que vivían bajo la espesura del bosque tropical, pero también en
observaciones hechas por los conquistadores –a través de algunos relatos y un
curioso manuscrito que en la actualidad se conserva en un museo brasileño, y en
algunas de las pruebas que fue encontrando en sus varias expediciones a la
zona.
Fawcett murió
intentando encontrar El Dorado. Nunca se supo qué había ocurrido con él y con
quienes le acompañaban en su última expedición. Durante mucho tiempo se le
creyó un loco, y numerosas leyendas contribuyeron a que tanto él como quienes
le creyeron quedaran al margen de la historia “oficial”.
Recientemente,
tal y como recoge el libro 1491, una nueva historia de las américas antes de Colón, de Charles C. Mann, los arqueólogos comienzan a encontrar
pruebas de que quizá Fawcett, y otros que pensaban como él, no estaban tan locos. La posibilidad de
una civilización perdida en lo más profundo de la selva es ya factible. Están
apareciendo restos de ciudades, de edificios importantes, que corroboran las
sospechas del explorador.
La ciudad de Z, por la que Fawcett dio su vida, podría ser, finalmente, una realidad... |
América, ya se ha
dicho por aquí, sigue siendo el continente más misterioso.
Y espíritus como
el de Fawcett tendrán que seguir apareciendo para continuar allí donde Google
Earth se queda corto…
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