miércoles, 3 de abril de 2013

PERCY FAWCETT Y LA CIUDAD PERDIDA DE Z


Vivimos en el mundo de Google Earth, de un planeta vigilado por satélites. Para conocer un lugar concreto ya no es necesario desplazarse hasta él; basta encender el ordenador y conectarse a Internet, escribir las coordenadas y esperar a que en la pantalla aparezca una imagen tomada desde el aire; la mayoría de las veces tan nítida como si nos encontrásemos unos pocos metros por encima.
Da igual lo lejos que esté el lugar que buscamos; lo remoto que se encuentre. Uno puede explorar hoy en día desde el sillón de su casa, y convertirse en un observador de primera de las maravillas que encierra nuestro planeta.
Pero hubo un tiempo en que no era tan fácil. Para llegar al fin del mundo había que navegar, o caminar, hacia él. Escalar montañas imposibles, adentrarse en lo más profundo de la selva. Los descubrimientos eran cosa de tipos duros, capaces de soportar los más extremos climas, las más severas condiciones de supervivencia.
Este era el caso de Percy Fawcett, británico y explorador de profesión, que se dejó el pellejo en la selva del Amazonas; en busca del Dorado.
Percy Fawcett (1867-¿?) fue quizá el último gran aventurero.

La leyenda de El Dorado y de ciudades míticas en las que abundaba el oro y la riqueza –una especie de Jardín del Edén real, que podía encontrarse–, había fascinado ya a todo tipo de aventureros desde la época del Descubrimiento. Los nativos americanos hablaban a los recién llegados de las maravillas de este lugar, cuya localización era todo un misterio. Siglos después de las aventuras de Pizarro, Orellana y otros, lo intrincado de la selva amazónica, los misterios que encerraba todavía para el hombre de principios del s. XX, sedujeron también a Fawcett.
El tipo se obsesionó tanto, que empeñó todo lo que tenía –incluida su vida– por encontrar la ciudad mítica del Amazonas, que él llamó enigmáticamente “Z”. Se apoyó en las leyendas de las tribus que vivían bajo la espesura del bosque tropical, pero también en observaciones hechas por los conquistadores –a través de algunos relatos y un curioso manuscrito que en la actualidad se conserva en un museo brasileño, y en algunas de las pruebas que fue encontrando en sus varias expediciones a la zona.
Fawcett murió intentando encontrar El Dorado. Nunca se supo qué había ocurrido con él y con quienes le acompañaban en su última expedición. Durante mucho tiempo se le creyó un loco, y numerosas leyendas contribuyeron a que tanto él como quienes le creyeron quedaran al margen de la historia “oficial”.
Recientemente, tal y como recoge el libro 1491, una nueva historia de las américas antes de Colón, de Charles C. Mann, los arqueólogos comienzan a encontrar pruebas de que quizá Fawcett, y otros que pensaban como él, no estaban tan locos. La posibilidad de una civilización perdida en lo más profundo de la selva es ya factible. Están apareciendo restos de ciudades, de edificios importantes, que corroboran las sospechas del explorador.
La ciudad de Z, por la que Fawcett dio su vida, podría ser, finalmente, una realidad...

América, ya se ha dicho por aquí, sigue siendo el continente más misterioso.
Y espíritus como el de Fawcett tendrán que seguir apareciendo para continuar allí donde Google Earth se queda corto… 

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